Desencuentro tus manos en cuanto se encuentran nuestros ojos, cuestionándose el porqué seguimos tan cerca y a la vez tan lejos, si yo quisiera fundirme en tus brazos o en su defecto en los de cualquier otro que me pague lo que el pasado me dejó a deber, que ya es hora de que corran buenos tiempos para el amor, para mi amor, aunque sea para escribir por una vez un texto sin palabras en color sepia, sin nostalgias de noches de hotel. Me preguntas con silencios que qué pasa con nosotros, que las noches de buen vino y de mejor compañía se están convirtiendo en frases omitidas, en trincheras de miradas, que mi cuello me reclama tu aliento y yo no sé cómo decirle que soy demasiado cobarde como para osar acercar mi boca a tu nuca y susurrarte al oído que nunca tengo frío en las manos y que invento excusas para esconderme en tu regazo de los miedos que acechan allá afuera, detrás de tu espalda. Llámame cuando no haya nadie que te busque entre la gente, cuando no lleves la maleta cargada de reproches, mira que las frases amargas pesan casi tanto como mi mochila repleta de miedo a fracasar. Yo me seguiré revolcando en paciencias malogradas, en futuros repasados y en tus ansias de volar, qué más da que sepa que un suspiro nunca moverá montañas y que mi velero encallará por falta de luz, si tú sigues invitándome a cambiar mis días por segundos que sonríen, que a tu lado la eternidad es un instante, y un instante es eterno...
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